Profunda espiritualidad en India

En abril de 2001 decidí emprender un viaje espiritual a la India que aún hoy llevo tatuado en el alma. Fue a raíz de las experiencias que viví en ese país que me reencontré conmigo misma. Fue un compromiso para vivir una vida creativa que me nutra y me haga feliz. Este concepto lo proyecto desde hace ya más de 10 años en el lema sobre el cual trabajo: “Marry yourself”. En pocas palabras India significó el punto de partida para comenzar a vivir la vida que quería y necesitaba.



Llegué a Mumbai (formalmente Bombay) y partí hacia la ciudad de Pune en auto, decidida a nutrirme de la cultura hindú y a aprender a meditar. En este trayecto vertiginoso viví mi primer pantallazo del mundo surrealista lleno de los colores que ofrece la India. El paisaje era único, las mujeres hindúes trabajaban las tierras con 45 grados de calor vestidas con túnicas de colores magenta intenso, naranjas permanentes y turquesas inolvidables; sus miradas penetrantes provocaban una atracción que hacía vibrar mi cuerpo.
Las ciudades, en especial Mumbai, estaban colapsadas de motitos que trasladaban personas. Lo que más me llamó la atención de ellas fue que no utilizaban espejo retrovisor. Reflexionando en ese primer momento de choque cultural y adaptación al maravilloso mundo de India entendí que aquí las personas conciben su vida aprovechando el presente. Miran hacia adelante.
Recién llegada a Pune, también en el estado de Maharashtra, me alojé, al principio, en un hotel muy tradicional. Pero a los dos días decidí alquilar un departamento pequeño para vivir la India de una manera más auténtica. Luego comencé a asistir al Ashram, un centro de enseñanza en el que se imparten cursos de meditación y terapias orientales.
En este momento de mi viaje logré sumergirme por completo en la cultura oriental hindú. En el monasterio viví experiencias muy liberadoras de exploración personal y análisis integral de la vida que llevaba hasta ese momento. En el monasterio no existían las preguntas básicas como nombre y profesión, sino que cada uno tenía la oportunidad de reinventarse a sí mismo.
I ndia es un país en el que la gente, sus costumbres y sus conocimientos son mágicos. Durante los tres meses que pasé allí, me deleité diariamente con los colores y los árboles, las caras de los niños y la actitud siempre bien predispuesta de la gente local para recibirme. Los colores, las texturas y las miradas de las personas de la India están dentro de mí, moldearon mi visión de la vida y adornarán por siempre mi arte. Este viaje significó una “re-evolución” interior, el comienzo de un viaje hacia la libertad infinita de mi ser.

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