África para principiantes: el Parque Akagera de Ruanda

Por fin están ahí: después de más de nueve horas atravesando caminos pedregosos y cordilleras ventosas en un todoterreno, aparecen dos elefantes tomando su baño vespertino en el lago de Ihema. La imagen corona el recorrido por el Parque Nacional de Akagera, en el noreste de Ruanda, una de las reservas de sabana más hermosas de África.


El parque es la introducción ideal para los turistas que sueñan con ver animales salvajes en el continente y lo visitan por primera vez. Y es que en las casi diez horas que dura un tour del hotel “Akagera Game Lodge” por algunas de las dos rutas posibles aparecen mucho más que elefantes. Ya a pocos kilómetros de la salida pueden verse los primeros búfalos con sus cuernos curvos chapoteando en aguas pantanosas. “A los búfalos les gustan estos sitios fangosos“, explica el guía Bosco. “Ahí pueden refrescarse. Además el barro ahuyenta las moscas“.
En las cercanías aparecen un par de antílopes acuáticos, frecuentes en el sur del Sahara. “Emanan un olor nauseabundo cuando son atacados“, detalla Bosco, de 25 años y uno de los 24 guías para extranjeros que se ganó el cargo imponiéndose a otros 200 aspirantes por uno de los codiciados puestos de formación. Al avanzar hacia el norte, la vegetación se aclara y el paisaje se vuelve típico de sabana, salpicado por árboles de acacias. Por allí aparecen los topi, otra suerte de antílope de cuerpo rojizo y cuernos cortos curvados. La coloración más clara en las patas da la impresión de que llevan calcetines hasta las rodillas.
Después de dos horas de viaje en el todoterreno se llega a la frontera occidental del parque y su punto más alto con 1.825 metros: las montañas Mutumba. El sitio ofrece un par de lugares para hacer fuego, baños y cabañas rudimentarias. “Aquí arriba suelen acampar europeos“, cuenta Bosco. “Es fresco y casi no hay mosquitos“. El camino de descenso ofrece majestuosas vistas no sólo de antílopes impala, sino también de oribis: un tipo de gacela pequeña y tímida.
Y finalmente, el espectáculo grande: un sinfín de cebras con sus franjas negras y blancas, cada una tan individual como una huella dactilar. Caminan por la maleza, en medio del sendero, en grupos, a pares, solas, avanzando con gracia y siempre imperturbables. Pasando las zonas de cactus y arbustos se llega a la estepa abierta y a los lejos pueden verse las jirafas. No siempre estuvieron en el parque: “En 1986 llegaron seis jirafas Massai como regalo del sur de Kenia”, explica Bosco. “Fue un experimento para ver si se asentaban aquí también“. Y lo hicieron: hoy hay unas 70 en Akagera.
Luego el viaje retoma la dirección sur: más antílopes, gacelas, los extraños facóqueros, gacelas y pequeñas mangostas, golondrinas, gallinas de Guinea, mariposas amarillas y blancas y diversos tipos de monos y pájaros: un festival para el amante de la naturaleza. Pero falta el premio final: el elefante. Poco antes de regresar, el coche se desvía hacia el lago. Y allí aparecen los dos ejemplares macho bañándose en libertad. “Ahora sí”, piensa el visitante extranjero, “ya puedo decir de verdad que estuve en África”.











Datos útiles. Diversas aerolíneas vuelan a Kigali, desde donde se puede continuar con un coche de alquiler hasta el estacionamiento de Kabarondo. El clima en Ruanda es relativamente agradable todo el año, con temperaturas que rara vez superan los 30 grados. La estación seca larga se extiende de mediados de junio a fines de septiembre; la breve, de mediados de diciembre a fines de enero. La estadía en el parque cuesta 30 dólares diarios. El alquiler de un todoterreno vale en torno a 230 dólares por día, más otros 30 por la compañía de un “ranger”. Sin un todoterreno sólo se puede recorrer una pequeña parte de la reserva. www.akagera.org

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